Por: Jac Andino
*Esta es la segunda parte de un escrito que publiqué en el 2011, luego que me gradué de bachillerato. Pueden leerla aquí
Hace exactamente un año que me gradué de maestría y lo hice en la universidad que me vio crecer en mis años de bachillerato. Así que, rememoro ese día y los días anteriores a esta travesía. En la entrada anterior, la que escribí luego de graduarme del BA, me refiero a que no estaba segura si volvería a pisar su césped, pero que tenía la corazonada de que así sería y lo fue.
Después de tomar un semestre sabático en donde me enfoqué en tomar talleres en escritura creativa del programa de Educación Continuada (conocido actualmente como Sagrado Global), conocí a mi profesor, mentor y director de tesis, el Dr. Emilio del Carril. Fue él, quien dio la última estocada para que me decidiera a realizar la maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón.
Quedarme en Sagrado, después de 6 años, me brindó cierta ventaja y tranquilidad porque ya conocía el sistema, sabía cómo se manejaban las cosas allí, pero… el comienzo fue agridulce. Me apunté en la clase que no debía y pasé por un bochorno tremendo (el primero de mucho) frente a mis compañeros de clases. Admito que ese día salí a reflexionar si había elegido la decisión correcta. Sin embargo, conté con un «ser de luz» que me animó a seguir. Luego de cambiar de clase y matricularme en un taller con la Dra. Ángela López Borrero, mi vida cambió por completo. Supe que estaba donde debía de estar. Esa clase fue fundamental para mí porque me hizo ver de lo que soy capaz de lograr como escritora.
Finalizando mi segundo trimestre logré conseguir un empleo, uno que necesitó mucho de mí. Recuerdo como me puse a llorar al pensar que tenía que poner la maestría en pausa, a pesar de que no quería e intente persuadirme. En ese momento no vi otra opción viable. Los meses subsiguientes me deprimí, pues el trabajo no me satisfacía como la hacía la maestría. Me sentía incompleta, vacía. La maestría era lo que realmente yo quería, así que renuncié al trabajo y retomé los estudios. El regreso fue difícil. Tratar de engranar otra vez con los profesores y compañeros, cogerle el ritmo a las cosas, pero lo pude lograr. Y me encaminé de nuevo hacia mi meta personal, terminar la maestría.
No todo fue bonito. Aquí supe lo que son las críticas, las fuertes y demoledoras. Fueron muchas las veces que volví a reflexionar sobre mi decisión. Mas de ellas aprendí y sigo aprendiendo. Aunque tuve altas y bajas, conté con el apoyo de mis compañeros y profesores, a quienes admiro con locura, que me ayudaron a encontrar el camino, mi brecha en el mundo literario y en mi plano existencial. Porque es esto lo que me gusta.
Y llegó lo más difícil, la temible tesis. No quiero recordar cuantos semestres estuve en ese proceso. Hubo ocasiones que vi el final, en otras veía un nuevo comienzo. Fueron años trabajando intensamente junto a mi director de tesis. No sé cuantas veces le dije que no podía, incluso le pedí hasta cambiar de tema. Sin embargo, la tesis tenía un propósito para mí y la defendí con éxito el 13 de abril de 2019.
Ahora que lo pienso, he logrado más de lo que alguna vez pude imaginar. En esos 14 años siendo pupila de Sagrado experimenté muchos cambios tanto personales como de la misma universidad. Aunque no estoy de acuerdo con algunos de estos, no dejaré de sentirme parte de la familia sagradeña y de estar agradecida por el crecimiento que obtuve perteneciendo a ella. Hay personas que se gradúan y se desligan de su universidad, pero yo no creo que pueda hacerlo jamás.
Epílogo
Salgo del trabajo apresurada, pues tengo que estar en la universidad a las 6:00 de la tarde. Me visto con un holgado traje y me pongo unos zapatos nuevo, que compré exclusivo para la actividad. Son muy altos para mi costumbre, pero quiero sentirme regia esta noche. Camino en pausa porque no estoy acostumbrada a este tipo de zapatos altos. Mi mamá y mi hermana me preguntan si puedo «soportarlos» toda la noche. Les digo que sí. Me voy a montar en el carro cuando pierdo el balance y caigo sentada. No siento el golpe, todo pasa muy rápido. Mi familia viene al socorro. Me levanto y examino. Todo parece estar bien. Me cambio los zapatos y en su lugar me coloco unas sandalias, que a la vista hacen perder la elegancia de la noche. Pero no importa. Esta noche es especial. Nos montamos y encaminamos a la universidad, en el cual seré participe de la entrega de un galardón. La ceremonia pasa sin más contratiempo. La emoción me embarga al ser llamada (con otros compañeros de la maestría) y recibir la Medalla Pórtico en Excelencia Académica. Me tiro fotos con la medalla ya colgando del cuello, descansando en mi pecho. ¿Y el dolor corporal?… no pienso en ello.
©2020