La noche estrellada

Camino a la inmortalidad

Por: Jac Andino

Abuela, un día como hoy partiste a la inmortalidad, a ese lugar en donde no te puedo tocar, a ese lugar en donde aún no puedo ir. ¡Qué crueldad! Te marchaste sin una despedida definitiva… caminaste hacia la inmortalidad dejándome vacía, seca… agrietada por el dolor de la partida.

Abuela, aquel nefasto día no te dije lo que quería. Abrazaste la inmortalidad como recién nacida apartándote de mí tan inmisericorde sin importar que te lloraría.

Abuela, ¿cómo superarte? Cómo superar el no tenerte. No sentir tu voz, tus besos, la preocupación genuina y los mimos. Cómo no vanagloriarte de mis logros, ya que tú no pudiste obtenerlos.

Abuela, te extraño cada día envidiando a la inmortalidad que te hizo suya, a sabiendas que nos dolería tu ausencia de nuestras vidas. Viva estás en el recuerdo de la memoria, en donde van lo que se quedan. Transcendiste, abuela, al lugar sagrado de los inmortales… transcendiste dentro de mí.

©2022

Puesta del Sol


Por: Jac Andino

Solo quise dormir en el regazo del letargo mañanero de tus abrazos, aquellos que me hicieron sentir tan tuya, tan yo. Envuelta en el crepúsculo quise desojar margaritas sedientas de ti, amainando la bebida embriagadora de tu ser inconcluso, que en la penumbra blancura de la noche contonea la silueta irreal de tu cuerpo desnudo.

Me despierto de tener el mal sueño de una cama vacía perfumada a ti, con mi trémulo deseo de tenerte en la cercanía, en la realidad de mi existir. En las rebosantes añoranzas de los «te amo» iracundos entre las cálidas caricias evaporadas por el incensio.

Un desespero ingrato recorre por mi cuerpo desde que me convertí en tuya, desde que tomaste posesión de mí a sabiendas que me dormiría en las flores amortajadas del silencioso otoño para pudrirme en el puñal de la naciente primavera, mientras tú disfrutas de las salidas aventuradas del sol y la llegada inminente de la luna martirizándome con tu absurdo ego, sonido bastardo de tu indiferencia.

¡Déjame, maldito cretino!… Permíteme descansar en tu recuerdo insano cuando el Sol desparezca para siempre y la agonía de la nostalgia envuelva lo que me queda de cordura. 

©2022

4 años de tu partida: ¡Memoria viva!

Por: Jac Andino

Abuela, te hice una promesa aquella mañana en la cual mami me despertó para avisarme que no respondías. Me vestí apresuradamente para verte, y, en efecto, habías partido al plano celestial. Aún tengo viva la sensación del último beso que me diste mientras intentaba levantarte de la cama. Y aún llevo conmigo el último beso que te di, con la promesa de volvernos a encontrar, pero ya no hubo más encuentros. Abuela, quisiera volver hacia atrás. Darle vuelta al tiempo y regresar a los momentos en donde te encontraba en la cocina, o entrabas a hurtadillas a mi cuarto a besarme mientras dormía, o cuando escuchaba el sonido de tu bastón al caminar por el pasillo de casa y cuando me llamabas para hacerte un “favorcito” de ir al supermercado o comprarte un pollito de Church’s.  Hay tantas memorias que vienen a mí que ni puedo detenerlas. No quiero, pues es la mejor manera de mantenerte viva. Abuela, quiero darle atrás al tiempo y decirte que terminé mi maestría. Fuiste un apoyo para mi decisión. Quisiste tanto verme desfilar con mi título en mano, pues nosotros, tus nietos, somos el reflejo de lo que no pudiste tener, pero partiste antes.  Me gradué como te lo prometí aquel día en el cual vi tu pecho inerte y el día en que te besé la frente fría, nuestro beso de despedida. Desde ese día te he hecho muchas promesas. Siempre fuiste mi modelo a seguir… mujer fuerte, independiente, matriarca y cabeza de la familia. De ti aprendí a tener la tenacidad para entender la vida, pues desde muy pequeña supiste afrontar los embates de esta. Ahora me tocó a mi ser la cabeza de la familia y continuar tu legado de mantener tu memoria viva.

Abuela, vives en mí. Muy dentro y no imaginé que me harías mucha falta. Nunca te lo dije, nunca pude. Y aunque la gente alrededor de mí me diga que lo hice bien, no será suficiente. Quiero darle atrás al tiempo y dedicarte más de lo que te dediqué, decirte más de lo te dije, darte más de lo que te di. Te amo en estos 4 años de tu partida y tu memoria seguirá viva.

©2021

Amapolas

Por: Jac Andino

En el frío invierno de mil atardeceres. Escondí tus besos en las amapolas desvanecidas en los copos de nieve. Pétalos cobrizos marchitados de hieles. Que adormecen mis pieles, mientras esparzo tu muerte. La inminencia de las flores, tan cual delicadas en inmortales, fingiendo dormir en la inocencia de las noches.  Buscando el cuerpo cálido  de tu nombre que desaparece con el olor de los hibiscos nacientes.

©2021

Y ahora puedo decir mi Alma Máter… ¡Otra vez!

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Por: Jac Andino

*Esta es la segunda parte de un escrito que publiqué en el 2011, luego que me gradué de bachillerato. Pueden leerla aquí

Hace exactamente un año que me gradué de maestría y lo hice en la universidad que me vio crecer en mis años de bachillerato. Así que, rememoro ese día y los días anteriores a esta travesía. En la entrada anterior, la que escribí luego de graduarme del BA,  me refiero a que no estaba segura si volvería a pisar su césped, pero que tenía la corazonada de que así sería y lo fue.

Después de tomar un semestre sabático en donde me enfoqué en tomar talleres en escritura creativa del programa de Educación Continuada (conocido actualmente como Sagrado Global), conocí a mi profesor, mentor y director de tesis, el Dr. Emilio del Carril. Fue él, quien dio la última estocada para que me decidiera a realizar la maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón.

Quedarme en Sagrado, después de 6 años, me brindó cierta ventaja  y tranquilidad porque ya conocía el sistema, sabía cómo se manejaban las cosas allí, pero… el comienzo fue agridulce. Me apunté en la clase que no debía y pasé por un bochorno tremendo (el primero de mucho) frente a mis compañeros de clases. Admito que ese día salí a reflexionar si había elegido la decisión correcta. Sin embargo, conté con un «ser de luz» que me animó a seguir. Luego de cambiar de clase y matricularme en un taller con la Dra. Ángela López Borrero, mi vida cambió por completo. Supe que estaba donde debía de estar. Esa clase fue fundamental para mí porque me hizo ver de lo que soy capaz de lograr como escritora.

Finalizando mi segundo trimestre logré conseguir un empleo, uno que necesitó mucho de mí. Recuerdo como me puse a llorar al pensar que tenía que poner la maestría en pausa, a pesar de que no quería e intente persuadirme. En ese momento no vi otra opción viable. Los meses subsiguientes me deprimí, pues el trabajo no me satisfacía como la hacía la maestría. Me sentía incompleta, vacía. La maestría era lo que realmente yo quería, así que renuncié al trabajo y retomé los estudios. El regreso fue difícil. Tratar de engranar otra vez con los profesores y compañeros, cogerle el ritmo a las cosas, pero lo pude lograr. Y me encaminé de nuevo hacia mi meta personal, terminar la maestría.

No todo fue bonito.  Aquí supe lo que son las críticas, las fuertes y demoledoras. Fueron muchas las veces que volví a reflexionar sobre mi decisión. Mas de ellas aprendí y sigo aprendiendo. Aunque tuve altas y bajas, conté con el apoyo de mis compañeros y profesores, a quienes admiro con locura, que me ayudaron a encontrar el camino, mi brecha en el mundo literario y en mi plano existencial. Porque es esto lo que me gusta.   

Y llegó lo más difícil, la temible tesis. No quiero recordar cuantos semestres estuve en ese proceso. Hubo ocasiones que vi el final, en otras veía un nuevo comienzo. Fueron años trabajando intensamente junto a mi director de tesis. No sé cuantas veces le dije que no podía, incluso le pedí hasta cambiar de tema. Sin embargo, la tesis tenía un propósito para mí y la defendí con éxito el 13 de abril de 2019. 

Ahora que lo pienso, he logrado más de lo que alguna vez pude imaginar. En esos 14 años siendo pupila de Sagrado experimenté muchos cambios tanto personales como de la misma universidad. Aunque no estoy de acuerdo con algunos de estos, no dejaré de sentirme parte de la familia sagradeña y de estar agradecida por el crecimiento que obtuve perteneciendo a ella. Hay personas que se gradúan y se desligan de su universidad, pero yo no creo que pueda hacerlo jamás.

Epílogo

Salgo del trabajo apresurada, pues tengo que estar en la universidad a las 6:00  de la tarde. Me visto con un holgado traje y me pongo unos zapatos nuevo, que compré exclusivo para la actividad. Son muy altos para mi costumbre, pero quiero sentirme regia esta noche. Camino en pausa porque no estoy acostumbrada a este tipo de zapatos altos. Mi mamá y mi hermana me preguntan si puedo «soportarlos» toda la noche. Les digo que sí. Me voy a montar en el carro cuando pierdo el balance y caigo sentada. No siento el golpe, todo pasa muy rápido. Mi familia viene al socorro. Me levanto y examino. Todo parece estar bien. Me cambio los zapatos y en su lugar me coloco unas sandalias, que a la vista hacen perder la elegancia de la noche. Pero no importa. Esta noche es especial. Nos montamos y encaminamos a la universidad, en el cual seré participe de la entrega de un galardón. La ceremonia pasa sin más contratiempo. La emoción me embarga al ser llamada (con otros compañeros de la maestría) y recibir la Medalla Pórtico en Excelencia Académica. Me tiro fotos con la medalla ya colgando del cuello, descansando en mi pecho. ¿Y el dolor corporal?… no pienso en ello.

©2020

Una década

Hoy mi blog cumple 10 años. Recuerdo el motivo por el cual lo abrí y, aunque el objetivo ha cambiado, en él plasmo toda mis emociones. No lo actualizo con regularidad, sin embargo agradezco a todos por visitar mi espacio. He recibido la visita de lugares tan lejanos como Japón, China e India y de lugares especiales para mí. Estoy tan agradecida de seguir manteniendo y compartiendo este espacio íntimo, vivo, en donde doy color a mi cordura en este planeta de locura.

Con amor,

Jac

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Sequía

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Sequía
Por: Jac Andino

Me he secado.
Cada pedazo de mí,
se fue agrietando
por todas las lágrimas
que he derramado.

En los vacíos
de los sin consuelos,
de los laberintos sin salidas
que me demostró la vida.

Y fui dejando de ser quien era,
borrando toda nostalgia
de mi rastro cuerdo.

Para olvidar mi sensibilidad
que se durmió para siempre,
sin la búsqueda del retorno
aparente.

Callada en las penumbras
de mis dolores maltrechos y
mis maltratadas heridas
que quise cicatrizar.

Pero no pude sanar.
Retornar a quien anhelé ser,
a quien fui alguna vez.
Un cuerpo pluvial
rebosante de girasoles.

Que en cada rocío absorbido
por mis pétalos dormidos
descubrí el escape de
mi alma malherida.

Ahora, no sé quién soy.
He perdido los recuerdos,
expulsados de mi memoria
a través del agua sacada
de mis adentros.

Despojo para volver a ser.
Una persona que desconozco,
tierra seca, vana e infértil.

Una total desconocida,
perteneciente a las estrellas
pérdidas en el inmenso universo.

©2020

18 de noviembre

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Por: Jac Andino

I
​ Abrí el paquete que contenía el chocolate en polvo. Saqué la taza caliente del microondas. El humo salía despavorido de la cerámica. Mientras vertía el polvo marrón miré el calendario, miércoles, 18 de noviembre. Sentí una punzada en el pecho. Era una emoción nacida, una emoción que recorría por mi cuerpo. No encontré la respuesta, pero observar aquella fecha me dio una extrañeza inexplicable. Una satisfacción plena de que era un día memorable, que no recordaba el por qué.

II
​Me puse el abrigo porque sentí frío. Así que calenté la leche en el microondas. Le di dos minutos y treinta segundos. Vertí el chocolate encima de la espuma y lo batí. Mientras el líquido tomaba el color oscuro  característico del chocolate  observé el calendario, miércoles, 18 de noviembre. Suspiré porque me sentí nostálgica, como si hubiera perdido algo en la memoria. No recordé que era.

III
​Batí con desgano el polvo marrón en la leche caliente. Soplé para enfriarlo. No tenía mucho apetito, sin embargo, realizar el ritual del mismo se había convertido en mi catarsis diaria. En mi acompañante nocturno de mis cuestionamientos y preocupaciones. Tomé la taza y la miré un momento. En ella se pintaba un pingüino con su gorro tradicional navideño. Reí, pues no era invierno. Al contemplarla hizo que mirara el calendario, miércoles, 18 de noviembre.

IV
​Llegué a la cocina y vi los utensilios que uso para preparar mi bebida favorita. De repente, se me antojó beberme un chocolate caliente. A pesar de que el día no lo ameritaba, sentí la necesidad de hacerlo. Limpié la taza, le eché la leche y la puse en el microondas. Mientras esperaba observé el calendario pegado a la pared. El mismo marcaba, miércoles, 18 de noviembre. ¡Qué extraño!… Por qué esa fecha se me hacía recurrente.

V
​ Me bebí el chocolate abstraída mientras pensaba en el calendario. De seguro, esa fecha debía de significar algo. Me faltaba poco para terminar cuando recordé el significado de la misma. A mí regresaron, como ráfagas de huracán, mis memorias perdidas. Las que se había ido sin un retorno aparente. Entonces, recordé mi nombre y lloré de la emoción. Había perdido la memoria, un miércoles, 18 de noviembre, el día en que mi vida se detuvo para siempre.

*Publicado en la Antología “RECUERDOS» de Letras con Arte (España).

©2019